Roskilde Festival 2022: 50 años del coloso escandinavo

Mientras muchos festivales nacen, renacen o se multiplican en este año post-pandemia para tratar de acaparar mercado, otros festivales continúan estableciendo su legado después de muchos años. El Roskilde Festival, finalmente, celebró su quincuagésima edición como siempre lo ha hecho, sin ánimo de lucro y con el mejor Orange Feeling. Y allí estuvo un destacamento de Musicazul para contarlo, en su primera cobertura del festival, que esperemos que no sea la última. El lema elegido por la organización: “50 Festivals of music, art, activism and freedom” refleja muy bien lo que sucedió este año.

El cartel siempre ha sido ecléctico, mezclando nombres internacionales con artistas locales, pop con rap, trance con soul. Esta mezcla es parte del éxito de Roskilde, con todas entradas vendidas hace años. Pero el éxito también se debe a que el festival es un rito de iniciación para la juventud danesa, que quiere experimentar que es lo que se vive en el camping de Roskilde. Donde entre improvisados escenarios y precarias torres de sonido aparecen nuevas amistades para toda la vida, amistades que hacen más corta la espera hasta que comience el festival en la zona principal.

Aunque estos días previos dan para multitud de anécdotas, empecemos por el principio del festival, que para el destacamento de Musicazul empezó el miércoles por la tarde con mucha energía y rock de la mano los irlandeses Fontaines D.C., que tocaron sobre el Avalon, escenario en una carpa dedicado a nuevas bandas. Cambiamos el Avalon por el Arena, el segundo escenario por importancia y tamaño, y el rock por el funk regetonero de Anitta, donde las danesas intentaban sin arte imitar su perreo. Sólo conseguimos disfrutar de “Si sabes cómo me pongo para que me invitan” y no por lo musical. Aun así nos divertimos y volvimos al Avalon a escuchar Cimafunk. Siendo cubano, no tiene nada de reguetón y sí de funk y ahora sí nos divertimos y a su vez disfrutamos de la música. Inauguramos el Pavillion para escuchar a Daniel Romano muy bien acompañado por los Outfits, una vuelta al rock de antaño que gustará a los más escépticos con el rock actual. Cuando caía la noche y el primer solape del festival, tuvimos que abandonar a los Black Pumas, con su mezcla de soul, funk, gospel para ir a ver a Robert Plant y Alison Krauss, que aunque estuvieron impecables, nos resultaron aburridos y lamentamos haber abandonado a los texanos. Llegaron las 11 de la noche, el momento que todos teníamos marcados para ver a un grupo que estaba siendo la revelación del verano, Turnstile y no decepcionó, resultando el momento álgido del día. Saltamos, bailamos, cantamos, entramos a los pogos y compartimos puros Davidoff con la mitad del público que teníamos alrededor. Acabamos los conciertos, que no la noche, con Biffy Clyro en el Arena, coreando algunas de sus canciones ya convertidas en himnos.

Cargadas las pilas y con un buen bocadillo de jamón ibérico con tomate de desayuno nos dirigimos al recinto del festival para comenzar la segunda jornada, donde nos esperaba un día en que el cartel estaba plagado de “frontwomans”. Se podía ir de escenario a escenario viendo mujeres al micrófono. Empezamos en el Pavillion con Start Femine Band, una banda de 7 chicas que nos hicieron bailar con sus ritmos africanos. Luego pasamos sin pena ni gloria por el Avalon a escuchar a Coco O., una cantante de soul danesa. En ese mismo escenario pudimos ver el primer gran concierto del día, Sky Ferreira. Aunque tuvo al principio problemas técnicos, consiguió levantar al público con sus canciones, que a veces recordaban a la gran Cyndi Lauper. Con el buen sabor de boca de la californiana, fuimos al Arena para escuchar a Sigrid. La noruega fue una grata sorpresa para nosotros y quedamos prendados de su voz. La primera infidelidad al plan de ver sólo cantantes femeninas nos llevó al Avalon para ver a Modest Mouse, y es que nos pudo nuestra nostalgia adolescente. Volvimos a la senda marcada para ver a Megan Thee Stallion en el Orange, el escenario principal, a la que otorgamos la medalla de plata de perreo. Anitta fue justa vencedora del oro. De vuelta al Arena, nos volvimos a enamorar, esta vez de Rina Sawayama. Su mezcla de estilos dance y pop presagian un puesto junto a las reinas del pop, aunque en ese trono se siente ahora mismo Dua Lipa. La cantante reunió en el Orange a la mayor cantidad de gente que estos humildes reporteros no habían visto desde el concierto de los Rolling Stones en 2014. Hit tras hit. El público de todas las edades estaba entregado y muerto de envidia del chico del gorro de la primera fila, al que Dua Lipa miró como todos quisiéramos que nos miraran alguna vez y le dijo: “Tienes toda mi atención”. Para terminar con nuestro periplo feminista, fuimos al Avalon a escucharlas baladas folks de Phoebe Bridgers. Aún tuvimos tiempo de acabar la noche bailando música electrónica, gracias al dúo francés The Blaze. Aunque no son Daft Punk su espectáculo audio visual es lo más parecido a sus compatriotas que podemos ver hoy día.

El viernes, tercer día de festival, fue otra jornada clásica de eclecticismo roskildiano. El día comenzó con Mitski, una cantautora japonesa-americana, con una buena voz y una buena banda, pero una pasión por el mimo que no casaba con nuestros ánimos. Con lo cual salimos de una carpa a otra para probar suerte con Arlo Parks. Con ella paso al contrario, fuimos con bajas expectativas y salimos encantados. Su dominio y presencia en el escenario no eran propios de una joven de veintiún años, con canciones melosas pero potentes gracias a su voz. Tras estas dos chicas de teloneras estábamos listos para ver a The Smile, el nuevo proyecto de Thom Yorke y Jonny Greenwood. Desprovistos de la necesidad de tocar los grandes temas de Radiohead, The Smile pudo recrearse en los temas de su nuevo y único disco en el escenario. Temas que suenan genial en directo, con sus ritmos sincopados, atmósferas melódicas y letras angustiosas, que, sorpresa, nos recuerdan a Radiohead. Y tan clásicos como Thom Yorke y compañía son los espaguetis del club de voleibol que devoramos a continuación en una parada necesaria después del continuo trasiego entre escenarios. La siguiente parada era el escenario principal, destino montañero de Tyler, The Creator, al que solo le falta plantar la tienda de campaña en su logrado decorado. Sin llegar a los niveles de público de Dua Lipa, Tyler consiguió a una multitud que le escuchará, aunque bastantes, una vez pasada la novedad, nosotros entre ellos, decidimos ir a otros pastos. Pastos grunge, donde nos habría venido bien la camisa de franela que vestía Tyler para estar como en casa con Jerry Cantrell. Este, al contrario que Thom y compañía, no tiene empacho en tocar de nuevo los temas que le dieron fama al frente de Alice in Chains. Y menos mal, tocándolos, Jerry rejuvenecía y nosotros con él. Eso explicaría como, después de diez horas de festival, aún tuvimos energía para bailar y cantar con Chvrches. Junto con el público del Madcool, los que aguantamos hasta el final del viernes en Roskilde, fuimos los únicos europeos en disfrutar del gran show de los escoceses con su ‘Screen Violence’ este verano. La combativa Lauren Mayberry iba soltando temazo tras temazo sobre el escenario apoyada por los ritmos de Ian Cook y Martin Doherty. Acabaron con “The Clearest Blue”, y como dice la canción: “You were the perfect storm But it’s not enough.” No era suficiente con tres días de festival ya que todavía nos quedaba el cuarto y último día.

El sábado se podría resumir como si de una cena se tratara, con tres platos y petit fours para acabar. De primero, St. Vincent, a la que vimos hace 4 años en el Arena, tocando en el Orange. Su nueva faceta es más ligera y llevadera, es Daddy’s girl después de todo. Aparece con un mono rosa con minipantaloncillos como si fuera una dependienta sexy de una gasolinera de los años 70 en Estados Unidos. Sus canciones antiguas reciben una pátina más cercana al soul y al funk de aquellos años donde las guitarras ya no son las protagonistas. Pero con canciones, voz, banda, y actitud de St. Vincent pudimos disfrutar de un gran primero. El segundo acabó siendo el plato principal del día y casi del festival. Idles, la banda británica de post-punk, visitaba Roskilde por segunda vez con su cuarto álbum, ‘Crawler’. La intensidad, la entrega y las canciones de la banda levantaron el Avalon, con el público entregado en pogos, “muros de la muerte” que crearon un sentimiento de comunidad entre extraños como sólo la música puede hacer. Recomendamos a los lectores buscar a Idles cuando vuelvan por España, son un plato de 3 tenedores. Para el postre teníamos a The Strokes, cuyo cantante se propuso boicotear la cena y su carrera. Apareció con retraso, intoxicado, faltón,…. Julian Casablancas estaba en una misión suicida para que le echaran del escenario y de la banda. Que no vuelva.

Cuando parecía que nos íbamos a ir de Roskilde con un mal sabor de boca, aún pudimos ser parte de una experiencia catártica y purificadora que sirvió de antídoto al postre agrio de The Strokes. En la carpa más íntima de Roskilde, el escenario Gloria, nos juntamos unos pocos, eran ya las 2 de la mañana, para ver a un grupo indonesio llamado Sini Reak Juarta Putra. El grupo nos traía las experiencias primitivas del Pacifico y nos demostraron como entrar en trance. Mientras la banda tejía una base rítmica constante, una pareja de indonesios bailaba, y gesticulaba. Solo cuando esta pareja empezó a tragar trozos de cocos del suelo, cigarrillos encendidos, y alguna que otra sustancia psicotrópica, pudimos ver como perdían la consciencia y era sacados en volandas del escenario. Eso sí que es un cerrar un festival por todo lo alto.

Texto: Andrés Moreno y Francisco Moreno
Fotografías: Roskilde