Veinte años han pasado ya desde que Rage Against The Machine (Epic, 1992), el debut homónimo de una joven banda nacida tan solo un par de años antes, viera la luz. Veinte años en los que la carrera del grupo de Los Ángeles ha sufrido traspiés, parones, separaciones y malos rollos superados todos ellos gracias al éxito, los millones de discos vendidos y las multitudinarias giras alrededor del mundo llevadas a cabo. Veinte años en los que canciones como ‘Killing In The Name’, ‘Freedom’ o ‘Know Your Enemy’ no han dejado de sonar, han sido mil veces versionadas y se han instalado de manera merecida entre los clásicos del rock y la música alternativa.
En un momento, comienzos de los 90, en el que estaba tomando forma aquel tsunami musical venido de Seattle (Pearl Jam, Nirvana, Soundgarden) y bandas como Pantera o Sepultura seguían la senda de los ya enormes Metallica, la aparición de un grupo como RATM descolocó a propios y extraños con su particular mezcla de rap con todo lo demás. Aunque muchos se empeñaron (y siguen haciéndolo) en clasificar al grupo como una banda de rap-metal, la parte instrumental de aquel debut no solo mamaba de sonidos metálicos. Influencias del funk, del rock más clásico y hasta del jazz se dieron cita en la base instrumental de los angelinos sobre la que Zack dela Rocha, vocalista del cuarteto, escupía incendiarios textos a la manera de unos Public Enemy o Rum DMC con extra de rabia.
Para dar forma a tan personal grupo, a Dela Rochase le unieron su amigo de la infancia Tim Commerford al bajo, el guitarrista Tom Morello, que ya había formado parte de algunas bandas como Electric Sheep, en la que compartió riffs con el después guitarrista de Tool Adam Jones, y el batería Brad Wilk, quien puede sentir el orgullo de decir que comenzó haciendo música cerca de Eddie Vedder, después vocalista de Pearl Jam. Cuatro miembros inamovibles e insustituibles a lo largo de la carrera del grupo. Y es que cuesta mucho imaginar unos RATM sin la base rítmica de Brad y Tim, esqueleto en el que se sujetaban gran parte de sus canciones y que dejaron siempre libertad a Tom Morello para juguetear con sus pedales e insertar riffs y punteos a su antojo. Más todavía cuesta imaginarlos sin los imposibles sonidos del propio Morello, seguramente a su manera uno de los mejores guitarristas de la historia y con un sonido personal y reconocible como pocos. Y no cuesta tanto imaginar al grupo sin Zack dela Rochaporque eso es lo que fue el primer disco de Audioslave, la unión del sonido de RATM con la voz de Chris Cornell. Pero aquello, como es lógico, ya no podía llamarse Rage Against The Machine.
Lo que si se llamó Rage Against The Machine fue el primer disco del grupo, para el cual se pusieron en manos del productor GGGarth (Red Hot Chili Peppers, Sick Of It All, The Jesus Lizard) en los míticos Sound City Studios de Los Ángeles, ahora de actualidad por el documental que Dave Grohl ha grabado sobre ellos. Allí registraron diez temas que llevaban más de un año paseando por los escenarios, llegando incluso a actuar en el festival Lollapalooza todavía sin un contrato discográfico. Es seguramente por conciertos como aquel que tan deseado contrato llegaría finalmente desde Epic, propiedad de la multinacional Sony. Un fichaje que al ser anunciado provocaría las críticas de parte de sus seguidores, que no entendían como un grupo tan reivindicativo y contestatario como RATM podía acabar en manos de una multi. Pero eran otros tiempos. Las grandes disqueras apostaban por jóvenes promesas porque se vendían discos y la música todavía (o más que nunca) era un gran negocio. Por ello a Sony le importaba más bien poco lo que Dela Rocha reivindicara en sus letras mientras los billetes siguieran llenando sus arcas y viceversa. Aún a día de hoy resulta curioso escuchar ‘La Internacional’ al comenzar sus conciertos en grandes festivales, siempre rodeados y patrocinados por grandes marcas que manejan los intereses económicos del mundo.
Con el disco ya en la calle, singles como ‘Killing In The Name’, ‘Bullet In The Head’ y ‘Bombrack’ pusieron a la banda en boca de todos pero no fue hasta noviembre de 1993 cuando gracias a ‘Freedom’, cuarto single del trabajo respaldado por un videoclip en apoyo a Leonard Peltier, activista del American Indian Movement, el disco alcanzó el número 1 en las listas de Billboard. Ese mismo año había protagonizado una de las situaciones más recordadas en la carrera del grupo cuando saltaron al escenario del Lollapalooza desnudos, amordazados y con las siglas PMRC escritas en sus pechos. Así se mantuvieron durante casi quince minutos, con el sonido de un acople de guitarra de fondo, para protestar contra esta asociación norteamericana dedicada a la censura musical. Un escándalo que no sería el último protagonizado por el grupo durante los primeros diez años de carrera y que también contribuyó a que se hablara cada vez más y más de ellos.
Ahora, veinte años después, una nueva edición conmemora aquel disco con una versión remasterizada y las demos de algunos de sus temas junto con otros que vieron la luz como caras B o nunca llegaron a hacerlo. Un documento supervisado por Rick Rubin y lleno de atractivo para los fanáticos de un disco que, desgraciadamente, nunca consiguieron superar. Un trabajo en el que colaboraron Maynard James Keenan de Tool y Stephen Perkins de Jane’s Addiction, en el que se cita como inspiración a músicos tan dispares como John Coltrane, Miles Davis, Chuck D (Public Enemy) o Joe Strummer (The Clash) y en el que se recalca que “ningún sampler, teclado o sintetizador fue usado durante la grabación”. Una batería, una guitarra, un bajo y una voz inigualables.
[Texto]: Iván Díaz