Cosquín Rock @ Santa María de Punilla. Córdoba (Argentina)

Cosquín Rock clausura su edición más exitosa en Argentina.

· Más de 120.000 asistentes disfrutaron de más de 125 conciertos.

El 9 y 10 de febrero más de 120 mil personas disfrutaron de dos jornadas enteras a puro rock en la decimonovena edición de Cosquín Rock, el festival más convocante de Argentina, donde más de 125 bandas tocaron en seis escenarios distribuidos a lo largo y ancho del predio de Santa María de Punilla. El evento, que ya se exportó a siete países de Latinoamérica, llegará por primera vez a España el próximo 20 de abril, con escenario propio en la sexta edición del SanSan Festival de Benicàssim.

Una muchedumbre sedienta de rock se interna en las sierras cordobesas y recorre cientos de metros al rayo del sol para llegar al encuentro de esa música que funciona como antídoto contra cualquiera de los males de la época. A los jóvenes argentinos no los frena ni los más de treinta grados de temperatura ni la difícil situación económica que golpea al país por las políticas del gobierno neoliberal. Van tomando fernet con coca, cóctel estrella de la provincia central, mientras entonan cánticos en los que alientan a sus bandas preferidas, similares a los que se escriben en las tribunas de las canchas de fútbol.

Algunos peregrinan con amigos y otros van acompañados por alguno de sus padres, de quienes seguramente heredaron la pasión. También hay quienes llevan a sus hijos. En el embudo humano que se forma en las inmediaciones del predio donde se realizará la edición 2019 de Cosquín Rock, se ve un cochecito con un bebé apenas resguardado del calor que pasa por las alturas entre una marea de brazos tatuados, y hasta a un nene de no más de tres años que, a “upa” de su madre, sostiene una lata de cerveza. Para muchos no hay mayor orgullo que el de inculcar a su descendencia la religión del rock, como si se tratara de una segunda familia en la que refugiarse.

Históricamente, en Argentina el género funcionó como un anticuerpo ante la crisis. En 2001, José Palazzo, un cordobés veinteañero que trabajaba como gerente televisivo, organizó la primera edición de este festival que sortearía distintos obstáculos, como la debacle económica que sufrió la economía nacional a fines de ese mismo año, y se convertiría en el encuentro de rock más federal y convocante del país.

Durante sus primeras cuatro ediciones el escenario elegido fue el “Atahualpa Yupanqui” de la Plaza Próspero Molina de la ciudad de Cosquín, considerada la Capital Nacional del Folklore, por lo que tuvo que soportar la resistencia de la gente conservadora de ese género musical: la llegada del rock al venue, que cada vez reunía a más visitantes, era vista como una amenaza y usurpación a la tradición folklórica del lugar.

Tras varias ediciones realizadas en la Comuna San Roque, en 2011 el evento adoptó como sede al Aeródromo de Santa María de Punilla, una localidad serrana ubicada sobre la Ruta Nacional 38, a cincuenta kilómetros al noroeste de la ciudad de Córdoba, capital de la provincia homónima.

En automóvil, el trayecto Córdoba – Santa María puede hacerse en menos de una hora. Sin embargo, desde hace nueve años, en días festivaleros el camino se convierte en una caravana de automóviles y de colectivos que van a paso de hombre, casi como la famosa procesión a Woodstock de 1969.

Cada febrero miles de jóvenes de todo el país realizan el éxodo hacia el Valle de Punilla, con todo el esfuerzo económico que implica costear los traslados, el hospedaje, la comida y los pases para el festival. Es un fenómeno cultural único, en el que un público sanguinario acompaña y abraza a sus artistas preferidos sin importar las condiciones, con una pasión desmesurada y un sentimiento inédito que conmueve, difícil de encontrar en otro lado del mundo.

Día 1. El indie rock cautiva a las nuevas generaciones.

Tras una tarde de intenso calor, el sol comienza a desaparecer entre las sierras y el cielo toma tintes violáceos y anaranjados. Por el Escenario Norte ya pasaron bandas de rock clásico como Pier, Guasones y La Vela Puerca. Ahora suenan los hits de No Te Va Gustar, uno de los grupos de rock uruguayos con mejor recepción en Argentina. «Al vacío”, “No hay dolor” y “Fuera de control” son algunos de los temas más coreados de su lista.

En el otro extremo del predio de nueve hectáreas, custodiado por la naturaleza, el Escenario Sur recibe las propuestas más novedosas del panorama musical: el indie en ascenso de “La Nueva Generación” –Perras On The Beach, Louta y Usted Señalemelo-, los ritmos ibéricos de La Pegatina y de Izal, y el rock popero y siempre alegre de Turf. Ahora es el turno de El Kuelgue, que en sus canciones fusiona distintos estilos como el candombe o el free-style y que adopta importantes dosis de humor y de absurdo.

A mitad de camino entre los dos escenarios principales, una carpa especialmente preparada para Los Auténticos Decadentes comienza a llenarse de gente ansiosa por escuchar los hits que la banda de ska y rock alternativo reversionó para Fiesta Nacional, su especial de MTV Unplugged. “Yo no soy tu prisionero”, “El gran señor”, “Besándote”, “Vení Raquel” y “Cómo me voy a olvidar” harán bailar al público en clave murguera, y se sumará una versión de “Gente que no”, canción de Todos Tus Muertos, interpretada con el grupo catalán La Pegatina como invitado. Seguramente la colaboración se repetirá en unos meses, cuando la banda argentina –que, con treinta y dos años de trayectoria, se posiciona como una de las latinoamericanas con mayor proyección internacional- se presente como el plato fuerte del escenario Cosquín Rock que se levantará en el SanSan Festival de Benicàssim.

Al rato, comienzan a sonar los primeros acordes de Él Mató a Un Policía Motorizado, la mayor abanderada del indie vernáculo que en los últimos años ha trascendido los antros rockeros de La Plata, su ciudad natal, y ha ganado seguidores en otros países como España. Sus letras son pegadizas, repetitivas y sintéticas como haikus. Su sonido lo-fi, empoderado con guitarras sucias y la voz aletargada del “Chango”, marcan la impronta de la presentación, en la que la voluminosa silueta del cantante queda delineada a contraluz y parece calcada sobre el fondo de nubes que proyectan las pantallas.

Entre el público, cada vez más masivo y agitador, hay una gran mayoría de jóvenes que apenas arañan las dos décadas. Muchos llevan glitter y stickers pegados en la cara, peinados súper producidos con rodetes y trenzas, y el pañuelo verde en señal de apoyo a la legalización del aborto, tema candente en la agenda argentina. Hacia el final del show, casi a modo de mantra, los platenses repiten que todo va a estar “Más o menos bien”.

Tras otro show indie protagonizado por Los Espíritus, una de las grandes revelaciones del under porteño, pasada la madrugada el Escenario Sur se engalana con el pop rock sofisticado de Babasónicos; mientras que, en la otra punta del predio, Skay Beilinson –el guitarrista de la mítica agrupación Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota- le sucede a Las Pastillas del Abuelo e incita al “pogo más grande del mundo” con clásicos como “Jijiji”, justo antes del cierre, a cargo de Las Pelotas, de esta primera jornada festivalera que reunió a 65 mil espectadores.

Día 2. El “aguante” barrial se reaviva al pie de la montaña.

Hacia principios de los noventa, en distintos barrios del conurbano bonaerense surgieron grupos que, influidos por los Rolling Stones, hablaron de pobreza, de excesos y de corrupción, ganaron una gran cantidad de adeptos entre los sectores populares y no tardaron en ser estigmatizados y rotulados como rock “rolinga”, “barrial” o “chabón”. A partir de entonces, el recital se convirtió en un ritual en el que el público casi siempre termina disputando el protagonismo del show, con banderazos, pogos y artefactos pirotécnicos.

La noche del 30 de diciembre de 2004 marcó un hito en la historia de la tradición rockera argentina. El incendio desatado por una bengala encendida durante un recital de Callejeros en el boliche República de Cromañón se cobró 194 muertes y cientos de heridos. Los miembros de la banda fueron considerados culpables y condenados a prisión, algo que despertó entre sus seguidores muchas muestras de repudio bajo la consigna “Ni la bengala ni el rock and roll, a nuestros pibes los mató la corrupción”.

En ese contexto, la edición 2005 de Cosquín Rock, realizada apenas treinta días después, sufrió el coletazo de la tragedia: la productora perdió todos los sponsors confirmados y, con ellos, fortunas. Como era sabido, en esa oportunidad “Pato” Fontanet, líder de Callejeros, ya no fue de la partida de músicos que tocaron en la Comuna San Roque.

Catorce años después, la realidad es otra. El apoyo incondicional hacia el músico, que se encuentra bajo libertad condicional, se percibe en la gran convocatoria que logra Don Osvaldo, su nueva agrupación, cada vez que se presenta.

Hoy, en el segundo día del festival cordobés, una multitud se agolpa en las inmediaciones del Aeródromo para ingresar al predio, donde la banda hará su ansiado regreso. Hay cánticos acalorados, trapos con frases de Callejeros y un fanatismo visceral que se traduce en gorros, remeras y tatuajes alusivos.

Después de las presentaciones de Los Gardelitos y de Ojos Locos, que sirvieron de antesala para ir calentando el ambiente, en el Escenario Sur se imprime la imagen de un sol naranja, al tiempo que comienzan a sonar los acordes de “Morir” y un Fontanet combativo dispara: “Las ratas que estafan y zafan son muchas”. Una marea de gente acompaña cada palabra del cancionero callejero y flamea coloridas banderas, al ritmo nostálgico característico de la banda.

Se suceden otros clásicos como “Un lugar perfecto” o “Cristal”, interpretados con vena rockera y tanguera e intercalados con declaraciones políticas, como cuando dedica el tema “Acordate” a “todos esos gobernantes que se roban todo y se cagan de risa del pueblo, y a todos los músicos que agarran plata del Estado e inflan números a lo pavo”.

Finalizado el show de Don Osvaldo, que atrajo a la gran mayoría de las 55 mil personas que visitaron el Festival en su segunda jornada, el foco de las miradas se traslada al Escenario Norte. Allí ya suena Ciro y Los Persas, la agrupación del ex cantante de Los Piojos –banda legendaria que tuvo su explosión en los noventa-, quien tiene asistencia perfecta en la historia del festival. La performance de Andrés Ciro, que incluye una veta actoral empujada por su gran expresividad, incita al público a saltar, a poguear y a cantar, al ritmo frenético de temas como “Desde lejos no se ve”, “Antes y después”, “Ruleta” o “Como Alí”.

Ya casi llegada la medianoche, la fiesta rockera armada por Los Persas deja paso a los madrileños de Ska-P, su histórico mensaje contra el capitalismo y toda forma de coerción social, y su compromiso con los derechos humanos. Pulpul, su vocalista, lleva una remera con la imagen de Santiago Maldonado –presuntamente asesinado en la Patagonia por parte de las fuerzas policiales en 2017- y el pañuelo verde por el aborto legal, seguro y gratuito.

En simultáneo, a pura “Vibra positiva”, otro grupo extranjero deja todo en el otro extremo del Aeródromo: los chilenos de Zona Ganjah tiñen de verde el Escenario Sur, mientras algunos nubarrones blancos comienzan a amenazar con aguar la velada. Cuando se creía que, a diferencia de otros años, la lluvia sería la gran ausente del festival, ya sobre el cierre se desata un diluvio épico que obliga a cancelar el show de la banda de reggae Nonpalidece y que toma por sorpresa a muchos en plena diáspora.

Texto: Pilar Muñoz
Fotografías: Cosquin Rock