[Rancid @ San Miguel. Madrid. 31.07.2012]
[Promotor: Cap-Cap]
Dudaba un compañero de esta web, tras conocer hace meses el regreso de los californianos a España, sobre la vigencia identitaria de un grupo como Rancid a día de hoy. Es obvio que gran parte de los parámetros que definían al punk-rock perecieron cuando la industria laceró al género fagocitándolo dentro del cajón “alternativo”. Mientras Offspring y Green Day adoptaron el nuevo rol sin concesiones, Bad Religion o NoFX han salvaguardado desde entonces, en mayor o menor grado, sus postulados. Pero el éxito mundial ha forzado a todos a cambiar las reglas del directo: grandes escenarios, fosos o equipos de seguridad que han amputado la cercanía con los más fieles. En el caso de Rancid, esta gira saldaba una cuenta pendiente con esos acérrimos y con las nuevas generaciones que han idolatrado, desde la nostalgia, a una de las figuras icónicas del mencionado revival noventero.
Dieciséis años hacía de su primera (y única) visita al Festimad. Obviando el interrogante acerca de su vigente actitud en un espacio abierto, la gran certeza era que el sonido, dentro de un impropio rincón habilitado en el Palacio de Vistalegre, iba a flojear. Y así fue. Por desgracia también acertaron los que pronosticaban una actuación desencajada del marco de las improntas memorables. Y eso que el concierto fue muy correcto, con el foco de la autenticidad (un proyector de luz marcaba cada uno de sus movimientos por todo el escenario) recayendo en Frederiksen, presidiendo casi siempre el escenario (momento culmen, a solas, interpretando ‘The War’s End’ y ‘Something in the World’). Se sumaron unos eficientes Branden Steineckert en la batería y el bajista co-fundador Matt Freeman, cuyo gaznate atronó los coros en varios pasajes mientras en otras afrontó protagonismo absoluto (‘Black&Blue’ o ‘Tenderloin’).
Por su parte, un desdibujado y errático Armstrong se empeñaba en posar frente al micro y adornar su guitarra con continuos giros. Así encaró uno de sus potenciales momentos de gloria, ‘Hoover Street’, empañando sin mucha alma (ni voz, aunque esto ya es marca de la casa) minutos destinados a engalanar al grupo. El único error de forma es plantear el directo sin un órgano que aporte texturas variadas al clásico companaje guitarra-bajo-batería. Por ello, Lars animaba al público a suplir con sus coros los segundos donde el órgano es protagonista en estudio. La gente quería And Out Come The Wolves (Epitaph, 1995) y hasta una docena sonaron del laureado disco. Una pena que la acústica no permitiera un deleite superlativo de las líneas de bajo de los cortes que, tras abrir con ‘Radio’, formaron el intenso arranque (‘Roots Radicals’, ‘The Way I Feel’, ‘Journey to the End’ y ‘Maxwell Murder’). El resto de las escogidas se camuflaron con himnos recientes (‘Last One to Die’, ‘East Bay Night’, ‘Red Hot Moon’) y añejos, sonando ‘Nihilism’, ‘Salvation’, ‘Rejected’, ‘St.Mary’ o ‘Adina’. En total, más de 30 temas para un show que finalizó, tras un brevísimo parón, con el ska de ‘Time Bomb’, la rabia de ‘Lock, Step & Gone’ y la épica de ‘Ruby Soho’.
[Texto]: Álvaro Martín Revuelta
[Fotografías]: Alfredo Rodríguez